Durante mi pregrado de Licenciatura en Lenguas Modernas, recuerdo lo aburrida y a la vez estresante que resultaban las asignaturas que correspondían al componente pedagógico, puesto que se nos evaluaba a través de exposiciones y exámenes donde tenía que rendir cuenta de todas las teorías que nos dictaba el profesor durante el semestre. De hecho, una de las asignaturas que más practicaba la evaluación escrita para a mitad y a final del curso fue irónicamente Didáctica General.
Sin embargo,
recuerdo una de las asignaturas pedagógicas que resultó
enriquecedora y provechosa: Didáctica de la Enseñanza del inglés. Además de la
valoración que recibíamos a través de las participaciones en los foros que se
desarrollaban en torno a lecturas sobre teorías concerniente a la enseñanza y
aprendizaje de una segunda lengua, el proceso de evaluación se realizó mediante la elaboración de una unidad didáctica sobre el contenido que quisiéramos y
al diseño y puesta en práctica de una clase. Estos dos ejercicios debían
evidenciar los conceptos tratados y discutidos en clase a través de los foros
y se valoraban en distintas etapas durante y al final del curso.
Esta experiencia
resultó significativa teniendo en cuenta que en esa etapa de mi carrera había
iniciado a trabajar con niños de primaria en la enseñanza del inglés y a pesar
del conocimiento teórico, no sabía cómo establecer dicho saber a mi práctica.
De igual manera, este ejercicio activó la reflexión, creatividad, autonomía y
recursividad en mi quehacer como docente. Considero que esa fue una de las
asignaturas donde se me evaluó de la mejor manera puesto que no me encontraba
preocupado por aprobar un examen que supuestamente determinaría qué tanto había
aprendido durante el curso. A todo esto se le suma, la oportunidad que teníamos
a través de la socialización de los productos parciales y finales de los
trabajos por parte de cada una de los estudiantes, de valorar el trabajo entre
pares antes la cualificación del docente.
La evaluación o autopercepción de cada uno
de nuestros aprendizajes es la base de todos nuestros actos cotidianos; si no
evaluáramos nuestros actos cotidianos nos veríamos obligados a
cometer los mismos errores. La evaluación debe ser el proyecto
ético en todo proceso de aprehendizaje y la formación en la autonomía es el
primer fundamento de tal proyecto.
La e-participación y la e-moderación hacen énfasis en
los procesos de co-evaluación y auto-evaluación que poco se han tenido en la
cuenta en las modalidades presenciales de aprendizaje. El sujeto es
también quien evidencia, a partir de su auto-percepción qué tan alto o bajo está
su rendimiento o nivel frente al conocimiento mismo que plantea el curso y así,
en reciprocidad grupal y colaborativa, se entenderá que la evaluación no es una regla de medición sino un proceso de cualificación que no se distancia del
objeto de conocimiento sino que hace parte funcional de éste: correlación
y coherencia entre la dimensión formativa y la evaluación.
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